El apartamento (II)

A veces los objetos antiguos cuentan historias. Esta pareja de sillas me contaron que un día un hombre se las llevó de la tienda a un hogar donde no había más muebles. Fueron las primeras en entrar, junto con una moderna mesa que se elevaba y hacía las veces de mesa de centro y de salón. A la dueña de la casa no le parecieron muy cómodas pero se sentía feliz con un esposo que la amaba. Él sólo pensó en llevarle a su amada dos sillas para sentarse junto a ella alrededor de la mesa y compartir el pan, las alegrías, las penas y el amor que los unía. Pero ese maravilloso amor dio frutos. Uno, dos, tres y cuatro. Y aquella pareja de sillas ya nunca fue suficiente. Vinieron más sillas, cómodas y nuevas, y otra mesa. La pareja fue quedando en un rincón, para faltas, viendo la vida pasar. Un día la dueña decidió que disfrutaran de su vejez en una casa junto al mar. La idea las hacía rejuvenecer! Lo que no sabían es que pasarían el invierno en silencio y que cuando llegara el verano, llenarían la casa los amos, sus frutos y los frutos de sus frutos, pero ya no volverían a ser parte de sus vidas.

Decidí que esta historia no podía terminar así. Su color marrón viejo y su barniz escamado solicitaban cuidados intensivos. No mostraré su imagen decadente. Ese paso me lo salto. Después de una buena lijada se pintaron de blanco y se colocó un almohadón con faldas sobre el asiento.



Ahora forman parte de un dormitorio, salen a la terraza a tomar el fresco del atardecer y en la noche guardan la ropa de sus amos.



Para Carmen.


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